sábado, 18 de febrero de 2012

LA NOVELA DEL OTRO


Por Reynaldo Disla


Los cuentos del Otro, de Giovanny Cruz Durán, me parece una novela corta. Se ajusta, a pesar del autor y de quienes lo califican como libro de relatos, al significado de la palabra novela, en sus dos primeras acepciones: “Obra literaria en prosa en la que se narra una acción fingida en todo o en parte, y cuyo fin es causar placer estético a los lectores con la descripción o pintura de sucesos o lances interesantes, de caracteres, de pasiones y de costumbres”. Y: “Hechos interesantes de la vida real que parecen ficción”. (1)


Cada relato se enlaza al universo de la novela a través del cronista, presente en todas las aventuras de manera directa o indirecta: el Giovanny adulto, autor y narrador, inserta sus visiones de niño y adolescente, ligándolas. Un paisaje unificado por el niño-adulto relator, compuesto principalmente de Nagua, Las Calderas y un poco del Caimito de Moca. Los miembros de la familia circulan por todo el libro: el padre (la Sierpe), la madre y los hermanos, personajes que ensamblan la fábula. El panorama general es un pedazo de Historia viva, de leyendas, de la vida cotidiana de un pueblo chico, espectáculos autobiográficos rescatados de la memoria reinventada, como toda evocación.


Los recuerdos de la infancia, relatados por el protagonista-narrador desde el presente, forman un cuerpo narrativo único que construye la historia del personaje central desde finales de la tiranía de Trujillo hasta los primeros años de la dictadura de Balaguer. Es decir, el lector seguirá, relato a relato, la acción creciente y las peripecias de una familia, sus mudanzas y vicisitudes, sus tiempos de abundancia y de escasez; la evolución de un niño de cinco o seis años de edad, hasta su bautizo sexual a los 13. La noción de novela, por lo tanto, se cumple; y cada episodio es un fragmento de ella.


Conviven mitos, leyendas, creencias, costumbres, tradiciones; relato dentro del relato, y múltiples formas —como en toda novela— lanzadas por el guiño cómplice, sincero, del narrador que rememora con regocijo, nostalgia e ironía los años radiantes de la infancia. Una narración clara, fluida, salpicada de expresiones dominicanas, que podrán transitar con placer lectores novicios o veteranos, estudiantes y catedráticos, buceadores de profundidades o despreocupados nadadores de aguas superficiales aunque inquietas.


Como en el drama, los personajes manifiestan sus esencias a través de la acción: lo que hacen, hablan y piensan. Algunas psicologías dibujadas apenas en sus rasgos básicos; pero con trazos tan fuertes y precisos que las convierten en caracteres sugestivos, escapándose de ser figuras esquemáticas, tipos o estereotipos, tan frecuentes en narraciones sobre pueblos pequeños y sus pintorescos personajes. El protagonista-narrador sí se retrata de cuerpo entero, logrando una extensa riqueza de matices a través de sus visiones de niño, sus aspiraciones, conflictos, anhelos y travesuras. Adopta la novela la forma autobiográfica, de modo predominante, con testimonios que se propagan del narrador al autor, del autor al narrador, de la ficción a la vida real y viceversa.


Invito a saborear La novela…, digo, Los cuentos del Otro; que intuyo como novela breve fundamentándome en sus episodios unificados por un protagonista que irrumpe y se desarrolla, junto a su familia, a lo largo del discurso narrativo; la conjunción de formas diversas en episodios que configuran un solo corpus narrativo, provocando la noción de novela; y la conformación de paisajes comunes, fondo social y antropológico donde crece la historia de un niño hasta amanecer a la pubertad (un periodo de 7 años, me parece, número cabalístico… ¡Hum!) Claro, empecé a leer un libro de cuentos, pero muy al principio del camino, hasta el final, permanecí convencido de que leía una novela. Y al terminar la última página la confirmé como tal, una de las lecturas posibles.


Esta novela corta, que leí con deleite; entró a la parentela de relatos literarios y cinematográficos que recrean las memorias de la infancia —María, Dublineses, La Mañosa, Por el Camino de Swann, Los Cachorros, Amarcord, The Wonder Years, Cinema Paradiso, y algunos más que no recuerdo— y me ha animado a concluir mi narración Recuerdos de Villa Alta, que tengo detenida hace más de quince años. Será mi reto evitar la influencia del excelente libro del amigo Giovanny Cruz o del Otro, o sea, de Nyvangio Zurc.
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(1) DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA - Vigésima segunda edición. Real Academia Española. 
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Cruz Durán, Giovanny. Los cuentos del Otro. Alfaguara, 2011.
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LA REVOLUCIÓN DE LOS PAYASOS Y LOS PEDOS



Disla, Reynado. Los volcanes de Manflota. Santo Domingo: Alfaguara, 2006. Ilustraciones de Kilia Llano.

Dice Luciana Murzi


Un volcán no es para nada silencioso, sino todo lo contrario. Grita, se impone, irrumpe descara-damente y con ímpetu. Su periodicidad no puede preverse: simplemente ocurre. Pero ¿quién puede negarle al volcán su inesperada explosión de gases? Empresa imposible desde el vamos. Y menos que menos si se trata de un volcán-payaso-gobernador...

Los volcanes de Manflota es la evocación de un tiempo pasado, de la infancia de la República Payasesca. Y tiene un comienzo prometedor: “Yo, la cotorra Erudita, aseguro que doscientos años atrás, el grandísimo payaso Poporón, gobernador de la isla de Manflota, se tiró un peote en el regio palacio”.

Sí, se largó un peote, un cuesco, un gas, un cuete, un pedito (no tan chiquito, como después se irá viendo).

En los tiempos monárquicos de la isla de Manflota, soltar un viento en público estaba prohibido. Por eso el gobernador se desentendió de la autoría y acusó a un pobre payaso que nada tenía que ver con el asunto hasta conducirlo a la horca.

A partir de la falsa incriminación, se inician las rebeliones de los débiles y sometidos payasos, las intrigas, los engaños, la furia del monarca, las persecuciones y, finalmente, la caída de este hasta el fondo de la tierra y de la trampa.


Engatusado por el trapecista Capitán Pepe (cuñado del payaso injustamente condenado a la hora), el gobernador Poporón llega a la Cueva de los Conejos Mágicos y queda encerrado en su laberíntico interior. Ahora el payaso déspota vive allí con sus soldados.

Y, cada tanto, desde las profundidades subterráneas ascienden gases descomunales, que no son otra cosa que los peotes que el ex gobernador sigue produciendo en su exilio tierra abajo.


Recurriendo a las reglas de composición de la leyenda, la cotorra narradora se atreve a contar lo que en el momento de los hechos no podía ser contado. En el cuento del reconocido dramaturgo dominicano Reynaldo Disla, del hecho al dicho dista un tiempo enorme, unos doscientos años. Una época recuperada y narrada con un lenguaje original y divertido, un lenguaje que combina la lógica payasesca y teatral.

Antes, en los tiempos monárquicos, el acto de tirarse un cuete en Manflota era motivo de censura y el incumplimiento de esa prohibición se condenaba con la muerte.

Ahora, en los modernos tiempos de la república, el pedo se naturalizó, literalmente se naturalizó: se transformó en la erupción de los volcanes.