sábado, 28 de noviembre de 2020


POETAS AQUÍ, POETAS ALLÁ   


©Reynaldo Disla 


Líricos crónicos eructan palabras exquisitas

Un poeta se relame los labios, vomita sus bellezas

un perro se las bebe y ya no puede mirar a la luna

y menos aullarle el cliché

                                                                              

Los mismos poetas en manada  

ahogándose en sus vómitos, chapalean hacia un tropo  

 

¡Poetas, telarañas esponjosas, mencionando sauces!

¡¿Cuáles…?! ¡En este país ¿hay sauces?!

 

Y así, enredan describiendo y describen bien oscuro

y levitan describiendo y describiendo y describiendo…

regurgitaciones íntimas, confesiones urológicas  

 

La metáfora se traga al perro y a la luna

 

En cuidados intensivos el gozo de entender

 

Son mis amigos, infectados de poesía jeroglífica

palabrosa, atildada…

(conceptuosos enemas cabalísticos)                                     

 

Entiendo, sí, que ellos rebuscan pegotes de palabras

y que cuando leen, suenan como obispos estreñidos

 

Finalmente, vomitan líneas perfumadas

ritmos epígonos que leídos y releídos

te truenan puñetazos deslumbrantes…

¡Sí señor!

 

Babean mil vocablos que nada dicen y

sin embargo, se oyen ¡tan chulámbricos!   

 

País éste, imperio de los versos 

 

Los poetas, aquí y allá, son espermatozoides

salen MILLONES braceando hacia el óvulo para atravesarlo, pero muy pocos tocan la meta y sólo UNO la perfora y la fecunda

 

¡Sí señora!

 

A la memoria de Alexis Gómez Rosa,UNO que

fecundó el óvulo de la poesía 

 

Aléxis Gómez Rosa (1950-2019)

29 de noviembre / 2020 

martes, 10 de noviembre de 2020


Del libro 
Jardín de catástrofes 
(cuentos brevísimos sueltos 1980-2012)

© REYNALDO DISLA


Advertencia del Pinto. Gráfica de Rey Disla. 

Advertencia del Pinto


No joda, men, eso fue asperísimo. Mano, taba yo de ecursión en la Saona cuando me topé con cuatro gringos haciendo el jodío té de hongo que crece en la plasta de mierda de la vaca. ¡Y me han dao a bebé esa vaina, mira, y me he dao esa aluciná, que taba seguro que era un mono! Y según me dijeron, me gavié a una mata que ni supe, cuando se me pasó el efecto, qué hacía yo encaramao en el cojollito de un naranjo altísimo. Y eso no fue na, yo salté de un palo pa otro con una agilidá (eso ta grabao en super-8) que ni Chita ni Tarzán. ¡Me volví un mono, pay! Así que no sé tú, pero yo, que no he leído eso que dices de Darwin, lo único que sé es, que por lo meno yo, llevo un primate en la sangre. Te lo digo pa que no te asuste cuando te pase la película y me veas colgao de una rama por lo pie y chillando como Buche, el chimpancé del zoológico viejo, así yo, sin palabra, tú. 



domingo, 8 de noviembre de 2020


Del libro 
Jardín de catástrofes 
(cuentos brevísimos sueltos 1980-2012)

© REYNALDO DISLA

Filósofo de las favelas. Gráfica de Rey Disla.


Filósofo de las favelas

Desde mi primer contacto con alienígenas, la realidad de nuestro planeta estuvo clara: éramos la repetición en miniatura de otros universos infinitos. La Tierra es al cosmos lo que el hormiguero doméstico a Brasil. Por tanto, toda actividad humana figura entre los múltiples actos predecibles en el tiempo y el espacio, que son en sí mismos una repetición (lo que yo comía, de la basura, era un manjar exquisito en otros habitáculos siderales). Daba lo mismo que saliera o no a mendigar el pan de cada día, con respecto al universo; si yo no lo hacía lo haría otro ser en alguna parte de los espacios perennes. Así que me dediqué a contemplar esos espejos callejeros que son los transeúntes: ellos son el reflejo de lo que sucede a otros entes en los múltiples mundos. De tanto mirar los autos, gentes, aviones, carruajes, buses y todo lo que pasaba, la mirada se me tornó fija, y ya veía pasar sin mover las pupilas o el cuello. Yo mismo, refugiado en la caja de cartón donde dormía, devine, con el paso de los meses, en una alegoría estancada, gorda y hedionda. En una de las noches salvajes de São Paulo, cuando los escuadrones asesinos venían a linchar a los niños callejeros, tres arcángeles azules se detuvieron ante mí; esa noche dormitaba ebrio por los licores navideños rescatados en los cestos de la basura. Tenía la absoluta seguridad de que esos emisarios divinos llegaban para transportarme a la dimensión que yo merecía. Los disparos dirigidos a mi cabeza, que esperé alborozado, solo eran el botón de la máquina del tiempo que me trasladaría a un nivel superior de existencia, a través de ese vehículo metagaláctico que los ignorantes llamarían mi muerte.