Antinorteamericanas, el 30 de octubre de 1947.
Por Reynado Disla
Este es Bertolt Brecht, dramaturgo alemán, cuyo nombre aparece siempre que se habla de teatro como figura el nombre de Jehová cuando se conversa de religión; nacido en Augsburgo en l898 y muerto de infarto del miocardio en l956; Bertolt Brecht, por quien Roland Barthes dejó de asistir al teatro después de ver el Berliner Ensemble, porque ver otra cosa era retroceder; Bertolt Brecht con cuyos versos Bonillita iniciaba un programa radial y Silvio Rodríguez comienza una canción; Bertolt Brecht, poeta y dramaturgo fundamental de este siglo; el pobre Bertolt Brecht, como él mismo se llamaba, estuvo en las entrañas del dólar, trabajó en Hollywood, vivió en Nueva York y anotó diabluras en su diario de trabajo sobre su desarraigo y las características del negocio cultural en los Estados Unidos de Norteamérica.
Un argumento para Broadway le fue rechazado, un artículo para la revista Selecciones de Reader’s Digest le fue devuelto sin publicar; un guión para Friz Land era tan contrario a lo que deseaba hacer, que escribió otro guión ideal, paralelo, para consolarse y lavar su conciencia.
Veintisiete de Julio de 1942, escribe Brecht: “...qué asunto tan infinitamente triste es, por ejemplo, esta película de los rehenes en la que estoy trabajando ahora. ¡qué maquinaciones, qué intrigas, qué falsedades!”
La falta de dinero, no adaptarse al nuevo medio, la ruleta de los argumentos cinematográficos, el culto al éxito, esa división absurda entre hombres fracasados y exitosos tenían anonadado y dando tumbos a Brecht: el día veintiuno de abril de l942 anota en su diario de trabajo:
“...es como si estuviera sentado un kilómetro bajo tierra, sucio, barbudo, a la espera del resultado de la batalla por Slolensk.” Ese mismo día estalla Brecht contra Reader’s Digest y sus expertos que le rechazaron su artículo sobre Hitler: “La revista cuenta con un equipo de cinco o seis expertos que examinan los artículos enviados y les dan, o no, la aprobación. Uno se especializa en establecer si el objeto es pardo, otro, si huele mal, el tercero, si contiene partículas sólidas, etcétera. ¡Tanto les preocupa asegurarse de que es mierda lo que van a publicar! (experto en suspenso, experto en pintura de caracteres, experto en ‘naturalidad’, etcétera.)”
En sus reuniones con Thomas Mann, de quien no tenía muy buena opinión, Theodore Adorno, Eisler, Ludwing Marcuse, se destaca su empeño en que se diferencie al pueblo alemán de los fascistas, es decir, en que no era lo mismo Hitler que Alemania. Brecht al enterarse de que Thomas Mann comentó: “Esos izquierdistas como Brecht cumplen órdenes de Moscú”; y al conocer que Mann tampoco firmó el manifiesto donde se diferenciaba al pueblo alemán de Hitler, escribe lo siguiente: “Ese reptil no puede concebir que uno haga algo por Alemania (y contra Hitler) sin obedecer alguna orden, y porque sí no más –por convicción, digamos—y vea en Alemania algo más que un buen mercado de lectores. Lo más notable es la perfidia con que el matrimonio Mann –su mujer se ha mostrado muy activa en esta campaña— siembra esas sospechas, que pueden perjudicar mucho a cualquiera, como ellos muy bien lo saben.”
Deja el apartamento de Nueva York, tan estrecho que apenas podía dar unos pasos, y se va a la casa en Santa Mónica “muy linda, en este jardín puedo volver a leer a Lucrecio”, al precio de enredarse en peripecias argumentales que nada le agradaban, pero le permitían sobrevivir; Brecht seguía escribiendo teatro (El círculo de tiza caucasiano, Antígona, Schjweyk en la segunda guerra mundial etc.) y estaba pendiente de lo que sucedía en la guerra y recordaba noticias y fotografías y las pegaba en su diario de trabajo.
Vendió un argumento: “Los verdugos también mueren”; fue ayudante de un guionista mediocre y soportó ver destrozados sus diálogos y escenas en el set de filmación.
Para remate, es llamado a testimoniar ante la Comisión de Actividades Antinorteamericanas, el 30 de Octubre de l947, donde se le interroga sobre sus relaciones con el comunismo.
Pero, había que sobrevivir, el juego era claro “¡Aquí he llegado a comprender lo absurdo y desvergozado que es aconsejar al obrero que lea literatura seria! yo mismo no puedo leerla ya en este medio.” Y este marxista que cayó en Hollywood por casualidad, concluye su agridulce experiencia: “En Hollywood, lo único que se busca es cubrir todo con una dudosa mano de pintura color rosa.”
(1993)
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