ENTREVISTA A REYNALDO DISLA / REPÚBLICA DOMINICANA
Pedro
Monge Rafuls
OLLANTAY
Center for the Arts
E-mail:
OLLANTAYpm@aol.com
1. ¿Cómo
fue su acercamiento al teatro?
Me acerqué al
teatro a través de las caricaturas, pudo ser; mi hermano y yo, niños de nueve y
seis años poniendo a actuar nuestras sombras en la pared, proyectadas por la
luz de una lámpara jumiadora; reprodujimos un chiste ilustrado de la revista
Cachafú con dos personajes, uno le dice al otro: “No es que la piña esté agria,
es que no hay piña.” Las sombras tomaban
actitudes, y nosotros éramos actores y espectadores de esas siluetas en la
pared. Aparte de ese juego, recuerdo también que construí una cajita en forma
de pantalla donde proyectaba sombras con la luz de una vela, como espectadores:
niños vecinos de Monte Plata, Villa Tapia.
Ramón Osiris Durán y los actuales dramaturgos dominicanos Reynaldo y Frank Disla, Villa Tapìa, Salcedo, 1963. |
Había en mí una aspiración de
dibujar, mis butacas de la escuela las llenaba de dibujos; un deseo de
representar diálogos, de hacer chistes; de niño mis programas radiales
preferidos (no teníamos televisor, ni luz eléctrica) eran La Tremenda Corte, y los
que ponían grabaciones de Tintán y Marcelo, Manolín y Shilinsky, Juan
Verdaguer, Pototo y Filomeno, y Paco Escribano; me encantaban los chistes de
Montecristo (colombiano), oía al Doctor Pailita y a Yoyito Cabrera, cómicos
dominicanos de la radio. También escuchaba las radionovelas cubanas protagonizadas,
casi siempre, por Alberto González Rubio y Minín Bujones y escritas por Olga
Ruiz López. Recuerdo una radionovela sobre Julio César, Marco Antonio y
Cleopatra, Paul Díaz hacía el papel de Julio César. De seguro, oír todos los días esos diálogos
dramáticos influenció mi acercamiento a la actuación y a la dramaturgia, era
adicto a esos programas. En las tardes, pastoreaba una vaca, leía historietas y
oía una radio portátil. Eso me pasó entre los 7 y 11 años de edad. En Salcedo,
cuando hacía el bachillerato, con Juan Antonio Cruz Triffolio (Pepe) comenzamos
el grupo de teatro María Eusebia Tapia, hacíamos chistes dramatizados, y en el
Centro Juvenil Católico de Salcedo, orientados por el padre Félix Azcárate
montamos y representamos sociodramas en varias comunidades rurales, había una
charla y una representación teatral, los temas: el alcoholismo, la paternidad responsable,
y otros.
Pepe Triffolio, conductor del coche real. Reynaldo Disla, como rey, detrás los esclavos. La princesa no ha sido identificada. Salcedo, República Dominicana, 1972. |
2. ¿Cuál
ha sido su trayectoria como dramaturgo? ¿Cómo ha evolucionado su teatro?
Mi trayectoria
cambia cuando participo en un taller de teatro con Rómulo Rivas, actor y
dramaturgo venezolano y su compañera de entonces Mercedes Díaz, chilena.
Estudio Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, y paso mucho tiempo en la Biblioteca de la UASD
leyendo la Colección Austral de Espasa-Calpe. En 1976 estoy
haciendo esto y pertenezco al Círculo de Escritores Jóvenes Jacques Viau Renaud
y luego al Taller César Vallejo.
Participo en concursos literarios con piezas
de teatro muy experimentales, de complejidad formal, gané dos veces el premio
Royal Bank para escritores jóvenes en 1978 y en 1979. Estaba en la clase de Estética I, con mi
profesor Pedro Mir, y él empezó a hablar de una obra de teatro muy especial,
compleja e imaginativa, le inquietaba cómo podrían representarse algunas de las
escenas, y cómo la estructura había sorprendido a los jurados que la premiaron;
yo estaba con el corazón que se me salía por la boca porque lo que él informaba
se parecía a la obra que yo había mandado al concurso Royal Bank; y de pronto
don Pedro dijo el título: “Capítulo 72”.
Ahí de verdad que me sonaba el corazón y me puse de pie: “Profesor, esa
obra es mía”. Don Pedro hizo una especie de celebración, me llevó a su
siguiente clase y me presentó a sus alumnos como dramaturgo, él estaba muy
regocijado de que fuera un alumno suyo el ganador. Ese episodio, más que el
premio, me confirmó que era un dramaturgo.
Don Pedro Mir y Reynaldo Disla. Santo Domingo, 1979. |
De verdad no sé si
mi teatro ha evolucionado, y si lo ha hecho, ¿hacia dónde? Empecé queriendo
burlarme y rehacer del teatro que veía, estaba influenciado por mi formación
como dibujante (estudié dibujo un año, por correspondencia), por la caricatura,
y mezclaba enfoques que me gustaban: veía una escena como una tira cómica,
narrada como una pelea de boxeo, pero que sucedía en una gallera con personajes
históricos y un coro (con aura griega) que intervenía en la acción, con toques
absurdos como el de niños que hablaban como intelectuales, parlamentos que
sucedían durante una escena amorosa pero lo que se veía era un fusilamiento;
cosas así, como un cura con cara de payaso cuyo parlamento le era apuntado por
un personaje de un entremés de Cervantes; así eran mis primeras obras y luego
fueron más apegadas a la realidad, así que no sé si evolucionaron o regresaron
en el tiempo. De todas maneras, hay que estar atento, cuando algún lector dice
que Bolo Francisco es una obra
costumbrista, sé que sólo empezó a leerla, sólo observó una nariz figurativa en
un cuadro de Miró.
Anny Olivero y Reynaldo Disla en "Dos pasos de paz, dos pasos de guerra". Santo Domingo, 1980. |
3. ¿Cuáles
han sido sus logros como dramaturgo/teatrista?
No tengo ningún
logro que, actualmente, pueda percibirse. Tendría alguien que ocuparse de
averiguarlo. Y no se confunda con modestia, que ya la perdí hace días. En mi
país nadie se dedica, por ahora, a valorar la dramaturgia nacional. Aparecen
opiniones superficiales por ahí, pero un estudio a profundidad, no lo hay.
Algunos hablan de tu obra, y sólo han leído o visto una o dos piezas
tuyas. Sí puedo decirte que me ocupé de
la oralidad dominicana, de darle un carácter serio, dramático, a los personajes
populares y de explorar la participación espontánea del público integrándolo a
la acción y al argumento. Me ocupé de que el público interviniera con su
olfato, ojos y oídos, también el tacto y el gusto; en algunos de mis montajes
se comía o se bebía, se tocaban a los personajes y los espectadores actuaban.
Hay un director, entre los mejores de Latinoamérica, Manuel Chapuseaux, quien
montaba de manera magistral este tipo de obras mías, algunas callejeras, y que
además me encargaban, él y su compañera Nives Santana, este tipo de teatro para
ser gozado como experiencia vital.
Reynaldo Disla, Rafael Robles, Manuel Chapuseaux y Jaime Casimiro en "La hierba y la verdolaga". Santo Domingo, 1984. |
4. ¿Cómo
ha evolucionado el teatro de su país, desde el momento en que usted comenzó a
participar en él hasta hoy?
Quisiera haber
causado una revolución total, crear un antes y un después, si describiera eso
estaría imaginando quimeras. El caso es que pude evolucionar hacia algún lado
yo mismo y hacer lo que pude en un ambiente árido hasta para el teatro
comercial. De eso están bien enteradas como cinco personas, aunque a veces
puedan dudarlo, y si están enteradas es porque lo vivieron, trabajaron conmigo
en algunas obras o le asignaron la tarea de leer mi teatro en la Biblioteca
Franklin Domínguez de la Escuela Nacional de Teatro, donde prestan parte de mis
obras publicadas. Desde que comencé en
serio con el teatro, había estas tendencias: un teatro convencional con aires
españoles que montaba obras que fueron éxito en Europa o EE.UU., un teatro popular
que montaba clásicos y los asociaba con nuestra realidad, y un teatro
extraordinariamente corporal y de búsquedas sociales y estéticas como los de
Haffe Serulle, Rubén Echavarría, Jaime Lucero y Manuel Chapuseaux. Esas
tendencias se mantienen hasta hoy con sus evoluciones crecientes, en espiral,
junto a dramaturgias de directores y actores arriesgados buscando y hallando
lenguajes ligados a la danza, a la expresión corporal, a la acrobacia, y a
gestualidades rituales folclóricas; y por otra parte escenificaciones de los
grandes musicales de Broadway, la mayoría con éxito comercial, aunque duran
pocos días en la cartelera dominicana.
Dramaturgos latinoamericanos en Guanare, Estado de Portuguesa, Venezuela, 2001. De izquierda a derecha: Guillermo Olarte, Reynaldo Disla, Pedro Monge Rafuls, Hugo Salcedo y Rodolfo Santana Salas. |
5. ¿Cómo
evalúa la relación del público y el teatro que se le ofrece?
El público, en general, acepta historias bien contadas.
Hay un público élite, muy conocedor del teatro, que aspira a novedades formales,
al deslumbramiento y la catarsis. En República Dominicana ya hay un público que
asiste al teatro, que compra las taquillas, que acude masivamente a los
festivales internacionales de teatro. Pero no hay una tradición teatral
consolidada; por tanto, sólo un porcentaje muy ínfimo de la población siente la
necesidad vital de ir al teatro.
6. ¿Qué opina
del teatro universal que se produce en la actualidad? (Reflexión sobre los cambios,
tendencias, autores y cualquier otro análisis que haya observado sobre el
comportamiento y rumbo del teatro en nuestros días.)
El teatro actual es
la síntesis de toda la historia del teatro universal. Hay múltiples tendencias
que beben en innumerables aguas pretéritas, confluencias de géneros, uso de
tecnologías, mezcla del teatro con otras ciencias y artes, deportes, ambientes
naturales, juegos, circo, danzas y tradiciones populares. Conviven el gran
espectáculo (como los musicales), con funciones de cámara: intimistas,
psicológicas, vivenciales, profundas. El teatro de calle alcanza niveles
gigantescos, tan impresionantes como un incendio forestal. Hay de todo. Yo
sigo, con mucha atención, a varios dramaturgos y directores, latinoamericanos
sobretodo, que andan con sus pasos adelante.
Después de la pasada camada de dramaturgos latinoamericanos como
Buenaventura, Piñera, Boal, Carballido, Chocrón, Dragún y Cabrujas, ya
fallecidos; permanecen creadores que me impactan con sus hallazgos dramáticos, como
Eduardo Pavlovsky, Abelardo Estorino, Eugenio Hernández Espinosa, Griselda
Gambaro, Roldolfo Santana, Roberto Cossa, Albert Boadella, Edilio Peña, Arístides
Vargas, Pedro Monge Rafuls, Roberto Ramos-Perea, Hugo Salcedo, Gustavo Ott, Rafael
Spregelburd, Frank Disla, Federico León, Aravind Enrique Adyanthaya, entre
otros; me han impresionado trabajos de directores como Cacá Rosset, Salvador
Távora (de la Cuadra de Sevilla), Miguel Rubio (Teatro Yuyachkani), Carlos
Giménez, Jesusa Rodríguez, Juan Carlos Gené, Santiago García (del Teatro La
Candelaria), Cristóbal Peláez (de Matacandelas), Rosa Luisa Márquez, Santiago
Sánchez, Haffe Serulle y Manuel Chapuseaux. Faltan nombres, cuyas creaciones
sigo con interés, y que ahora se me escapan de la memoria.
Reynaldo Disla leyendo un libro de Griselda Gambaro, Buenos Aires, 2000. |
7. ¿Alguna
otra observación para los lectores de OLLANTAY
Theater Magazine?
Si han leído todo
esto hasta aquí, no tengo ninguna observación; ya se han portado demasiado
bien.
Reynaldo Disla, Roberto Ramos-Perea, Guillermo Olarte y Rodolfo Santana Salas, Guanare, Estado de Portuguesa, Venezuela, 2001. |
Teatro de Reynaldo Disla
Obras y fechas de escritura. (No se incluyen las piezas para
títeres):
Gioconda impoluta (1993-2011)
Tureiro (2010)
Mataron al chivo (2003, coautoría Juan María Almonte)
Las dos Teresas (2003)
Pedro (2002)
Duarte vivo (1998)
Las flores de noviembre (1998)
El afanoso
escribano Baltasar López de Castro (1994, versión
ampliada de Las
despoblaciones)
María Moñitos en los mundos
fantásticos (1994)
Historias de machos (1995)
Cuentos de mi carreta (1993)
Un amor imposible (1991)
Función de hastío (1992)
La cocina
(1988, versión de la obra de Arnold Wesker)
La muerte aplaudida (1988)
La cárcel encantada (1987)
Detrás de la puerta (1987)
Yo vendí a crédito, yo vendí al
contado (1987)
El diablo anda suelto (1987)
El encamado (1987)
Un drama
psicológico norteamericano (1986)
Un comercial para
Máximo Gómez (1985)
Actores X
directores (1984)
La señorita de la
guitarra (1984)
Callejón tres, casa
cinco (1983)
Bolo Francisco (1982)
Invasión y saqueo del corsario
Francis Drake a la ciudad de Santo Domingo (1981)
Desde el público (1980)
Caballo (1980)
Las despoblaciones (1980)
Dos pasos de paz, dos pasos de guerra —R.U.D.I— (1979)
Las cajas (1979)
Capítulo 72 (1977)
Doce de octubre y
después (1977)
Retablo vivo del 12 de octubre (1977)
Esperando, esperando al
cobrador, esperando… (1976)
Muerte bajo la
lluvia (1976)
¿Me permite pasar? (1975)
La enseñanza obligada o la imposibilidad de aprender
(1974)
Ante un aro y tres caminos (1974)
REYNALDO DISLA. Escritor y teatrista. Nace en Cotuí,
República Dominicana, el 19 de noviembre de 1956. Vive su niñez y adolescencia
en Villa Tapia y Salcedo. Al concluir su
educación secundaria se muda a Santo Domingo y realiza estudios de Filosofía y
Letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
Premio Casa de las Américas (1985) por su obra
teatral Bolo Francisco. Ha obtenido dos veces el Premio Nacional de
Teatro Cristóbal de Llerena por sus libros Cuatro
piezas de un acto (1986) y El afanoso
escribano Baltasar López de Castro (1999).
En 2001 ganó el Premio de Cuento UCE, con Historietas. La muerte aplaudida fue galardonada con
el Primer Premio del Concurso Dominicano de Teatro (Casa de Teatro, 1989).
Ha transitado la dramaturgia para títeres y el
teatro infantil y juvenil. Su cuento Los
volcanes de Manflota fue publicado por Alfaguara Infantil en 2006.
Es guionista de cine y profesor de Dramaturgia
en la Escuela Nacional de Arte Dramático. Dirigió el Festival Internacional de
Teatro de Santo Domingo (2006-2008).
Elegido Maestro del XXVI Taller Intensivo de
Dramaturgia del Centro para las Artes OLLANTAY, con sede en Nueva York. Ha
impartido cursos y Talleres de Dramaturgia en Cuba, Venezuela, Nueva York y
República Dominicana.
SU TEATRO
El teatro
de Reynaldo Disla, rico en recursos y técnicas dramáticos, es capaz de generar
imágenes de fuerte impacto teatral. Por la audacia de sus planteamientos, la
concisión del lenguaje y las dimensiones de sus temáticas, transita un camino
que revela cabalmente la autonomía y originalidad del teatro latinoamericano.
Sus personajes, que caminan de la angustia al sarcasmo, definen dramáticamente
situaciones de opresión donde la ironía y el humor se manifiestan en relaciones
sorprendentes. Un teatro que alcanza
todos los sentidos del espectador, que siempre incluye el olfato, el tacto y el
gusto.
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